
miércoles, 1 de abril de 2015
Tristeza.
Decía mi abuela que cuando una mujer se sintiera triste, lo mejor que podía hacer era trenzarse el cabello; de esta manera el dolor quedaría atrapado entre los cabellos y no podría llegar hasta el resto del cuerpo, habría que tener cuidado de que la tristeza no se metiera dentro de los ojos pues los haría llover, tampoco era bueno dejarlo entrar en nuestros labios, pues los obligaría a decir, cosas que no son ciertas, tampoco entre tus manos -me decía- porque puedes tostar de más el café o dejar cruda la masa, y es que a la tristeza le gusta el sabor amargo. Cuando estés triste mi niña, trenzate el cabello, atrapa el dolor en la madeja y déjalo escapar cuando el viento del norte pegue con fuerza.
Nuestro cabello es la red capaz de atraparlo todo, es fuerte como la raíz del ahuehuete y suave como la espuma del atole.
Que no te agarré desprevenida la melancolía mi niña, aún si tienes el corazón roto o los huesos fríos por alguna ausencia, no la dejes meterse en ti con tu cabello suelto, porque fluirá en cascadas por los canales que la luna ha trazado entre tu cuerpo.
Trenza tu tristeza decía, siempre trenza tu tristeza.
Y mañana que despiertes con el canto del gorrión, la encontrarás pálida y desvanecida entre el telar de tu cabello.

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